Cuentos y poesía breve

Recuerdos de la infancia


Adoraba ir los domingos a Pajas Blanca,s una zona balnearea al oeste de Montevideo. Los abuelos de Mariangel, mi amiga del alma, vivían ahí. 
En mi casa había muchas reglas, mis padres acababan de divorciarse en el peor de los duelos por lo que estas salidas me dejaban respirar.
                Salíamos a las once, con los padres de Mariangel y su hermana, en una camioneta Serrana, chata y alargada. La abuela Filomena nos esperaba. Tallarines caseros con tuco... tres fuentes de tallarines. Tenía un moño en la nuca donde enrollaba su larga, larga trenza negra. El abuelo yugoslavo tenía  pelo blanco, la cara y las manos coloradas de tantas pecas.
                Cuando llovía, a veces se cortaba la luz, entonces prendían el farol. Las mujeres lavaban los platos, los hombres se iban a dormir. Después jugaban a las cartas con un mazo bien gastado. Nosotras ibamos al cuarto, trepábamos a las camas nos mirábamos en el espejo con el gorro de capitán de barco del abuelo. Paró la lluvia. Había mucho barro para andar en la amahaca que el abuelo construyó ¿Vamos a juntar sapos? propuse ¿Para qué? Así los pongo en mi jardín. Conseguimos unos frascos. Mejor nos ponemos las botas largas del abuelo, dijo mi amiga con mas calle. Bueno. El camino era un barrial. En la esquina había una plaza, inundada. Ññiaaaa, se oían los llantos de las ranas. Vení, Mariangel, es fácil ¿Cómo sabés? Las vi a mis hermanas cuando juntan para el liceo, también vi unos huevitos rosados que hay en las cunetas, que son de caracoles. Por acá se escuchan más, vení. Ñiaaa. Ay... era un pozo. Caí sentada, mis manos se hundían en el barro. Rápidamente me paré. Estoy bien.... Tenía barro hasta la cintura. Ñiaaa ¿Pescaste algo? Si, una, pero hay mas. Ññiaaa. Está lloviendo, dijo Mariangel mientras las gotas rebotaban en el agua del charco. Ahora ya nos mojamos, podemos pescar mas. Mejor me voy, dijo. Ya era tardecita, yo la seguí,  mi pantalón nuevo escupía barro por la cintura a cada paso, el resto caía dentro de las botas. Cuando entramos a la casa, la madre de mi amiga nos miró: dos frascos de ranas, los pantalones y las medias empapados, las manos negras, barro y musgo donde sea. ¡¿Qué hacen neenas?! decía mientras pellizcaba el brazo de Mariangel y me observaba con espanto. Sabía que esas no eran cosas de su hija.
                ¡La madre nos mata! le decía a la abuela mientras secaba mi pantalón amarillo, sobre un viejo primus. Volvimos a jugar al cuarto, para no meternos en mas líos. Chiquiliinas dijo suavemente la abuela,está seco el pantalón.... Volví volvió a su casa con bruto agujero en el culo. De la mojadura mi vieja ni me habló.

Amparo 



Sembrando Pan.


Desde la ventana que daba al fondo de mi casa, lo veía.

Aquel hombre canoso y delgado, con sus dedos flacos, elegía y podaba las ramas de la parra de mi casa. Ya no había quien lo hiciera. Él trajo sus herramientas y ofreció su ayuda.
Habló de las plantas, de los brotitos, los tiempos y las historias del Cerro, la gente, los saladeros, los 
frigoríficos y el curso de las vidas.

Por la calle, la bolsa de los mandados se golpeaba ligera contra mis piernas, frente al mercado. 
Me detuvo. ¿Conseguiste trabajo? Está muy difícil, no hay nada.
Qué época tan dura! Los muchachos no saben qué hacer. 
Yo cambié mucho de trabajo pero en los frigoríficos era distinto. 
Tomá
¿Qué?
Sólo te puedo dar cincuenta pesos. No te ofendas, sé que no es mucho. Nosotros acostumbramos a apoyar a nuestros compañeros cuando están mal. Sino uno se quiebra. A todos nos puede pasar.

Días mas tarde miraba los adoquines de Viacaba mientras el sol se ocultaba detrás de la fortaleza.
Fue una vida juntos, ¿Sabés? 
Sus ojos estaban muy grises cuando logré encontrarlos. 
Fuimos muy compañeros. Incluso cuando tuve que ir a trabajar afuera y cuando ella estudiaba, fue muy duro.
No pude animarlo. Era injusto mentir. En silencio, me senté a su lado.


Amparo

Julio, 1996



Veranillo invernal de 1996.
    

     Quiero escribir. 
Pero la luz del atardecer, 
reflejada en las flores del ciruelo, 
o las únicas dos frutas de un tanjarino casi seco,
 me dicen cosas tuyas.
     Los rayos del sol 
se dibujan en el cielo 
como en los libros de los testigos de Jehová.
     Mezo mi hamaca, 
sumida en la impotencia que me da 
la certeza de haberte perdido.
 La luna se asoma 
entre las hojas de la palta. 
En la radio toca Charlie García con Pedro Aznar. 
Con un pie apoyado en el pasto, 
mezo mi hamaca.
"...Yo tuve el fin y era más
yo tuve más y era el fin
Yo tuve el mundo a tus pies
y no era nada sin ti..."

El ciruelo se tiñe de azul. 
Vos, hace rato que no estás.



                        Amparo
                     Cerro de Montevideo, agosto, 1996

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La espía que me amó

 
 
 

 

      Magdalena vivía en un barrio viejo, se conocían todos los vecinos. Si llegaba tarde, aunque fuera invierno o lloviera, en la puerta de la casa de enfrente salía Tota. Siempre de luto.... Su madre, la de Tota, había muerto, hacía muchos, muchos años.
Si un amigo visitaba a Magdalena, la persiana de Tota se movía, luz prendida por detrás.
Buenas noches Tota! Buenas noches joven, se escuchaba, en la calle vacía.
De muchacha tuvo un pretendiente, dicen que vino a pedir permiso de visita. Sus tres hermanos lo corrieron, trabajaban en la matanza del Swift.
 ¡Ey! ¡Oiga! ¡Venga! corría Tota tras él ¡Escuche! ¡Diga! Gritaba.
Nunca mas se lo vio.

 La Tota con pretendiente, quien iba a pensar. ..
Yo tuve una novia en este barrio, una paisana, antes que tu abuela, le confesó el abuelo a magdalena.
¿En este barrio, abuelo? ¿Paisana?
Magdalena corrió y miró desde el balcón, la puerta de Tota estaba cerrada desde hacía unos años. Cerró el postigo mientras su rostro se reflejaba en la ventana.
 
                                               23/9/96


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 La revuelta.

Vino. Él vino hoy. Ella lo esperaba en su casa, la casa de su madre. Se moría de ansiedad.

Había hablado con sus amigos. Le voy a agradecer por apoyarme en el trabajo, como profesional y a decirle que no existe la amistad. No hagas eso, se te va a ir desde la puerta y no vuelve nunca mas. No lo esperes, tal vez no vaya. Yo sólo quiero que se dé cuenta de su error y no me vuelva a tratar mal.

Por la noche, en el living, encendió un incienso ámbar. Al mediodía Silvio la llamó, ella dormía. El día estaba gris. En una hora estoy allí. Ella corrió, preparó su almuerzo, un café con un poco de charlot, buenas tazas, no las mejores para no llamar la atención, las calentó, buscó el azucarero antiguo. Debo ser sutil. Abrió una cajita, tabletas de chocolate con crema de menta, galletitas danesas y un mate, por las dudas. Aún no se había vestido, tomó la ropa de la noche anterior. Informal y llamativa: polera y championes negros, pantalón verde con flores rojas, medias violetas. Frotaba el jabón contra su cuerpo. Ay! va a llegar y no estoy pronta ¡Ay! Si no le abro se va a ir. Se puso los lentes de contacto, tenía los ojos secos, usó lágrimas. Tenía los ojos hinchados de dormir, usó cubre ojeras, coloreó sus ojos, delineador, de ojos, de labios, lápiz de labio y rubor. Perfume...¿El mismo de siempre u otro distinto? El de siempre se acabó, éste es mas suave y ácido, éste. Ah! el mantel hindú en el comedor diario, queda mas cálido. Todo casual, el candelero en el centro. Ya pasaron quince minutos de la hora, no llegó ¿qué hago? Me pinto las uñas así no me nota tan maquillada. Sonó el timbre, cinco cortitos en vez de tres, como tocaba. Cuando la llamó le había preguntado a qué hora se acostó. Habían pasado cuatro meses de silencio y veinte días de charla incidental, ahora él preguntaba algo de su vida. No me llames mas, había gritado. Volvió con su ex-mujer y ella debió empaquetar sus sueños o lo que se le diera la gana, pero sin él. Ahora estaba en su casa, donde se habían amado. Leyó su trabajo. ¿Por qué tenés las manos duras? Es el esmalte. Ah, parecés "El joven manos de tijera" . Cambió de sillón, se puso cómodo, en donde habían hecho el amor. Ella sirvió el café. Silvio habló de sus hermanas, de la chacra donde nació, de su madre, de su trabajo. Propuestas inconclusas. ¿Chocolates? No, gracias. Me gusta tu trabajo. Con la punta de su zapato Silvio tocó su pie. Tenés el collar que yo te regalé, sutil, casi no se ve con la polera ¿Viste? Combina con la ropa. Ella mordió su tableta, la crema de menta se derramó ¿Me convidás? Le pegó un mordisco. Necesito el teléfono. Está en mi cuarto. Sentada donde él había estado, cebó un mate ¿querés? Esta bueno. Que raro, tomando mate. Aprendí a hacerlo con mis inquilinos alemanes. Yo aprendí con una novia rusa, tomaba mate en porongo. No me gustaba pero me acostumbré. Bueno, me tengo que ir. La abrazó, bromeó con él, hablando y hablando para que el instante no se fuera. La besó en la comisura de los labios. Me tengo que ir. Caminaron hasta la cancel. Gracias por venir. No seas boba, me gusta que estés haciendo cosas. La abrazó muy fuerte. Él había vuelto a escribir, había vuelto a crear. Había vuelto con su mujer, no hay que revolver mas. La besó de nuevo y de igual forma. Él se quejó ¡Me apretás con una teta! Lo miró sorprendida. Es la hombrera. Era él quien la estrujaba contra su pecho. La volvió a abrazar, la volvió a besar. Él no olvidó nuestros errores, estoy segura, pensaba. Pero encontrarnos aquí... La besó de nuevo. Se quedó quieta, los brazos caídos. No sabía qué hacer, no quiso. Deseó que una y mil veces se le volara la cabeza por ella. Quiero que estemos en paz, que quiera volver, que sea otro, otro a quien yo ame. Abrió la puerta de calle, le pareció que el pestillo estaba mas corto. Comenzaron a quedarse en paz...o a meterse en barullos. Ella era como la parda flora. Él mas que nadie sabe lo que pasó.

21/9/96